Si bien las causas inmediatas que dan lugar a los incendios
forestales pueden ser muy variadas, en todos ellos se dan los mismos
presupuestos, esto es, la existencia de grandes masas de vegetación en
concurrencia con periodos más o menos prolongados de sequía.
El calor solar provoca deshidratación
en las plantas, que recuperan el agua perdida del sustrato. No
obstante, cuando la humedad del terreno desciende a un nivel inferior al
30 % las plantas son incapaces de obtener agua del suelo, con lo que se
van secando poco a poco. Este proceso provoca la emisión a la atmósfera de etileno, un compuesto químico presente en la vegetación y altamente combustible.
Tiene lugar entonces un doble fenómeno: tanto las plantas como el aire
que las rodea se vuelven fácilmente inflamables, con lo que el riesgo de
incendio se multiplica. Y si a estas condiciones se suma la existencia
de períodos de altas temperaturas y vientos fuertes o moderados, la
posibilidad de que una simple chispa provoque un incendio se vuelven
significativa.
Por otro lado, al margen de que las condiciones físicas sean más o
menos favorecedoras de un incendio, hay que destacar que en la gran
mayoría de los casos no son causas naturales las que provocan el fuego,
sino la acción humana, ya sea de manera intencionada o no.
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