México, al igual que otros países
megadiversos, lamentablemente tiene una alta proporción de ecosistemas
amenazados, siendo los más afectados el bosque mesófilo de montaña y la
selva alta perennifolia, lo que repercute en la pérdida de hábitat
(Toledo y Ordóñez, 1998). Para conservarlos necesitamos cuidar y
usar de una manera adecuada los recursos naturales de nuestro
planeta, así como ayudar a su recuperación.
Las principales amenazas para
la sobrevivencia de las especies pueden dividirse en dos categorías:
naturales y las que resultan del impacto sobre los ecosistemas
provocado por los humanos. Las amenazas naturales radican
principalmente en alteraciones climáticas, como cambios globales
de la atmósfera (aunque en la actualidad, las investigaciones
científicas han demostrado que el impacto por las actividades humanas
contribuyen sustancialmente al calentamiento mundial, debido a las
emisiones de gases con efecto invernadero), catástrofes naturales
como lluvias torrenciales, erupciones volcánicas, fuegos naturales
y la predación por animales herbívoros. Los mismos procesos de
selección natural contribuyen también a la desaparición de las
especies. Por otro lado, dentro de la categoría de las principales
amenazas producidas por diversas actividades humanas como la
agricultura, los fuegos provocados, la tala inmoderada y en
general, el crecimiento demográfico desmedido; se encuentran la
fragmentación del hábitat, la deforestación, la pérdida o
degradación del suelo y la desertificación (CONABIO, 2000; Flor y
Lucas, 1998).

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